El presunto feminicida al ser detenido en el Suntory.

El día que conocí a Jesús Hernández Alcocer -el presunto feminicida de la cantante Yrma Lydya- vestía como gángster de película: traje gris a rayas, tirantes y camisa de seda. Su Audemars Piguet tenía diamantes engarzados en el reloj y la correa. Pero era más llamativa la corbata: estaba entretejida con brillantes.

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 Yo estaba investigando al Obispo Emérito de Ecatepec, Onésimo Cepeda Silva (1937-2022) para escribir un perfil periodístico. Una fuente me dijo que “el empresario” Hernández Alcocer sabía mucho sobre el prelado.

 – Un día yo le ayudé a salir de la cárcel. Hernández Alcocer cayó por un fraude y tenía mucho miedo de estar en el reclusorio. Salió en un día y en pago me dio un Rolex de 50 mil dólares- me contó mi fuente.

 El feminicida del Suntory -como lo han llamado las redes sociales- me citó en un salón privado del restaurante Max Prime de Insurgentes Sur a las 16:00 horas del miércoles 20 de noviembre de 2013. Esa tarde no sólo me recibió a mí: había otros dos hombres que le querían proponer un negocio; otro más, que dijo ser su hijo Jesús; una mujer veinteañera, que era su novia, y yo. Hernández Alcocer presumió que el Max Prime era de su propiedad. Las meseras eran jóvenes, altas y bonitas. Una parte de su uniforme eran unas fajas que les comprimían la cintura.

 Fueron tres horas extrañas. Yo intentaba obtener información periodística, mientras que los otros dos comensales le proponían un negocio: una cadena de casas de empeño de joyas de oro y automóviles. Le pedían invertir 90 millones de pesos de ese entonces y obtener rendimientos de 36 por ciento al año. Por su parte, Hernández Alcocer se solazaba en presumir su influencia con políticos y religiosos.

 Le dije que quería entrevistarlo sobre los jerarcas católicos.

 -Al otro día de publicarlo te van a matar. Si lo escribes, tendrías que usar un pseudónimo y esperar a que yo me muera -respondió.

 Y empezaron los alardes: dijo que él había sacado a Onésimo Cepeda “del pleito de los 130 millones de dólares” (el Obispo de Ecatepec había sido acusado de falsificar un pagaré por esa cantidad). Su relación con la jerarquía católica -mencionó al Cardenal Norberto Rivera Carrera- le había permitido tener una audiencia privada con Juan Pablo II. Ya no le interesó reunirse con su sucesor Benedicto XVI, y al Papa Francisco lo definió como “un idealista”.

 Nunca comprendió que yo quería información, no dinero ni favores:

 -¿Quieres entrar a la política? Te presento con quien quieras. ¿En qué partido? ¿En el PRI? Te presento con (Emilio) Gamboa. ¿En el PRD? Te presento con Jesús Ortega.

 También me abrió la puerta en el PAN. Dijo ser amigo de Luis Alberto Villarreal, entonces coordinador de la fracción parlamentaria del PAN en la Cámara de Diputados. Villarreal estaba envuelto en un escándalo de desvío de recursos públicos conocidos como moches.

 -Aunque tiren a Villarreal, el diezmo no se va a acabar -sentenció el presunto feminicida.

 Efectivamente, tras 10 meses Villarreal dejó la coordinación parlamentaria después de que se reveló un video donde aparecía con trabajadoras sexuales.

 -Vende mi colección de arte y quédate con una comisión. Tengo un Rubens pequeñito, una pieza de marfil. Y un Bernini, un fauno metiéndole el dedo a una mujer -me ofreció después el presunto feminicida.

 En un momento su novia fue al baño. Hernández Alcocer aprovechó para pedirle “un besito” en la mejilla a una mesera. Ella se negó con una sonrisa. Minutos después el capitán de meseros entró a informar que esa misma mesera ya se había marchado del restaurante.

 -¡Ya vienes a poner tu cara de chango!- lo regañó.

 Hernández Alcocer afirmó haber estado casado seis veces y tener dos hijos, a quienes -aseguró- había mantenido al margen de sus negocios para no ponerlos en riesgo.

 -Nunca me he metido en la droga.

 Hablaba de su catolicismo. De niño, dijo el presunto feminicida, había entrado al seminario para ser sacerdote, pero lo habían expulsado. Pero un buen recuerdo le quedaba de entonces: la norma que obligaba a los niños a vestirse y desvestirse debajo de las sábanas “para cuidarse de los maricones”.

 Su confesor, añadió, era el padre José Luis Guerrero (1935-2016), experto en las apariciones guadalupanas.

 -Juan Diego era un indio y el padre Guerrero lo convirtió en un príncipe -dijo el presunto feminicida.

 Pero el padre José Luis Guerrero -siempre según Hernández Alcocer- era un hombre sencillo. Le habían ofrecido ser juez de la Rota Romana. Guerrero había escrito una larga carta para argumentar que no era apto para tan alto cargo. Su declinación le había hecho perder oportunidades de negocios a Hernández Alcocer.

 -Ahí se manejan los divorcios de los reyes, ¡un divorcio de esos y no vuelvo a trabajar en mi vida! Yo hubiera divorciado a Vicente Fox- se lamentó el presunto feminicida.

 Al ver que no obtendría la información que buscaba, me despedí de los comensales y me levanté de la mesa. Al salir me comuniqué con dos amigos periodistas a quienes les había contado: estaré en tal lado con tal persona. Si no me comunico a las 19:00 horas saben dónde buscarme.

 Llegué a casa e hice apuntes en mi cuaderno para que no se me olvidara mi tarde con el presunto feminicida del Suntory.

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Agencia Reforma